La experiencia de la quemadura, y sus posteriores consecuencias,
exigen tanto del niño como de su familia, grandes esfuerzos para
recuperar la estabilidad emocional, relacional y de ajuste social. En
la mayoría de los casos se requiere del apoyo profesional otorgado
por un sicólogo, para que reorganice y estabilice el mundo socioafectivo
del niño y de su familia.
Todo traumatismo genera una reacción emocional intensa en los
adultos responsables del niño, no sólo por la lesión
y dolor manifestado por el menor, sino que por la responsabilidad del
adulto frente al suceso. Se tiende a buscar culpables entre los adultos
involucrados o que estuvieron presentes durante la quemadura, que generalmente
ocurre en el hogar y en presencia de un adulto. En ocasiones, es detonante
de conflictos familiares preexistentes.
Este estado emocional inicial de los adultos, disminuye la eficiencia
de los padres para servir de apoyo y comprender las primeras indicaciones
de tratamiento.
La familia vive esta experiencia como una situación de crisis,
con desorganización, confusión y fuertes sentimientos
de angustia, culpa y rabia. Todo esto produce una desestabilización
del equilibrio que mantenía la familia y pueden surgir conflictos
internos entre la pareja o con el entorno.
Una persona quemada, adulto o niño, aunque se
encuentre aislada u hospitalizada, nunca está sola. Están
siempre con ella sus sentimientos, emociones, sus vivencias anteriores,
su personalidad, su forma de enfrentar las cosas y su red de contactos
e interacciones sociales, en especial, su familia. Por lo tanto, frente
a una lesión generada por una quemadura, siempre se debe considerar
en la intervención, la atención y cuidado de su mundo
socioafectivo.
El niño que ha sufrido una quemadura, al iniciar el proceso de
tratamiento, normalmente manifiesta temor y ansiedad, sumado a sentimientos
de abandono frente a una hospitalización. Además, presenta
trastornos del sueño y del apetito, recuerdos recurrentes del
momento en que ocurrió la lesión y cambios de conducta.
Superada la etapa inicial, surge una mayor conciencia y autoevaluación
de su estado. Esto lleva al niño a expresar frustraciones a través
de alteraciones conductuales y a los niños mayores de 6 años,
a un quiebre de su imagen personal (en su dimensión física)
y sentimientos depresivos asociados a las pérdidas y el duelo
por su imagen física.
Finalmente, los niños llegan a reconocer sus dificultades de
interacción social fuera del ámbito familiar, los cambios
en su estilo relacional, como la tendencia al aislamiento o la agresividad,
y la respuesta de sus pares, que en ocasiones es de rechazo, burla y
menosprecio.
Las etapas señaladas respecto al proceso de ajuste del niño,
también tienen su expresión en la familia.
En una etapa inicial, la familia muestra desorganización, sentimientos
de culpa, rabia e impotencia. Estos sentimientos provocan un bloqueo
en las habilidades parentales, tanto de acogida y de afecto, como de
control y guía de sus hijos.
Posteriormente, ya superada la crisis inicial, surgen conflictos relacionales,
especialmente en la pareja de padres, pero también con los otros
hijos, y especialmente, con el niño quemado. Se observa la tendencia
a la sobreprotección y permisividad en la mayoría de los
casos y en ocasiones, en el polo opuesto, se observan respuestas de
negación y abandono hacia este hijo "difícil"
y "distinto".
Las conductas y sentimientos de la familia en etapa de crisis o posterior
a ella, les generan dificultades para cumplir con las indicaciones y
tratamiento de la quemadura sufrida por el niño.
