A partir de la consolidación del dominio colonial español en América, los mares, especialmente el océano Atlántico, se transformaron en el principal escenario de la pugna de España con otras potencias europeas. Los océanos fueron testigo de la lucha que libraron franceses, ingleses y holandeses, entre otros, contra la exclusividad de los mares que se arrogaron España y Portugal tras la firma del tratado de Tordesillas en 1494.

La nueva mentalidad burguesa, el mercantilismo económico y la consiguiente necesidad de contar con nuevos mercados impulsaron a los rivales de España a adueñarse de sus metales preciosos valiéndose de cualquier medio.

Igualmente, las continuas guerras europeas, motivadas por problemas religiosos, dinásticos y comerciales, se trasladaron a otros lugares del globo terrestre. América pasó a ser un continente arduamente disputado y pronto comenzaron a fundarse asentamientos de otros estados.

La hegemonía ibérica del siglo XVI comenzó a decrecer con la paulatina irrupción de las otras monarquías europeas, deseosas de participar de los beneficios que otorgaban las colonias de ultramar. Primero fueron los piratas franceses. Luego, en el siglo XVII, holandeses e ingleses financiados y apoyados por sus gobiernos y burguesías locales arremetieron violentamente en contra de las posesiones portuguesas y españolas.

Por medio de la utilización de corsarios y filibusteros se hostilizó a las flotas de la plata y a las poblaciones costeras del Caribe y del Pacífico. Asimismo, se interfería el monopolio comercial español a través de un floreciente contrabando.



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