La economía y la sociedad crearon sólidos y permanentes vínculos entre América y Europa. Esto se expresó en las múltiples interrelaciones que establecieron los hombres de uno y otro lado del océano Atlántico. Ambos mundos paulatinamente empezaron a depender uno del otro, aunque el influjo de Europa en América fue mucho más visible.

Los lazos económicos fueron los más importantes en esta relación, pues provocaron una marcada dependencia del mundo colonial americano respecto al Viejo Mundo. "Europa necesitaba la plata, y en menor medida el oro, de Indias, así como su mercado para colocar en él sus manufacturas. Iberoamérica, la urbana, se entiende, necesitaba las manufacturas europeas, sus utensilios y herramientas, sus hombres y su técnica. América llevaba la peor parte de aquel negocio en el que el propietario era Europa y ella sólo el socio capitalista. España se vio reducida al ridículo papel de intermediario", afirma Manuel Lucena Salmoral.

La plata americana que circuló por Europa fomentó la producción manufacturera y los intercambios, consolidándose de esa manera el capitalismo comercial en países como Inglaterra y Holanda. El mayor flujo de circulante agilizó las transacciones y ayudó a sustentar las guerras que emprendieron las naciones de Europa por motivos de política y religión.

España, por su parte, gastó gran parte de los recursos en la mantención de una hegemonía que comenzó a declinar en el siglo XVII. Las continuas guerras consumieron gran parte de las riquezas del imperio. Además, los capitales fueron invertidos fundamentalmente en productos elaborados por países vecinos, descuidándose el desarrollo manufacturero interno. Sin quererlo, España se transformó en un corredor por el cual fluía la riqueza rumbo a manos extranjeras.

Reducida a la entrega de materias primas, la América colonial poco a poco aumentó su dependencia de Europa. En efecto, la producción hispanoamericana estuvo sujeta a las necesidades de la metrópoli que impuso un monopolio comercial. Ello retrasó el desarrollo económico americano, pues relegó a las escasas manufacturas a la elaboración de productos artesanales e impidió la formación de grandes capitales.

Esta estructura de dependencia ha permanecido hasta hoy en día, ya que la mayor parte de los países latinoamericanos todavía basan sus ingresos en la exportación de unos pocos productos. Así por ejemplo, el estaño en Bolivia, el cobre en Chile, el petróleo en Venezuela, el café en Haití o el azúcar en Cuba, revelan el legado del período colonial, traducido en la dificultad de implementar economías competitivas y diversificadas en la actualidad. Sin duda, las raíces del subdesarrollo económico de América Latina se encuentran ahí.

La interdependencia también se reflejó en la sociedad de la América colonial. No sólo se implantó una estructura social con características parecidas a las de la península, sino también la vida urbana intentó imitar los modos vigentes en la metrópoli. Los criollos, descendientes de los conquistadores y ubicados en la cima de la pirámide social, prefirieron mantener la rígida sociedad que habían heredado. De esta manera pudieron usufructuar de la mano de obra de los restantes grupos sociales y conservar sus privilegios, incluso después de la emancipación de comienzos del siglo XIX.

La sociedad iberoamericana siempre miró hacia la península. De hecho, muchos de los movimientos sociales de los criollos contra los hispanos se realizaron para mantener un modelo tradicional y anacrónico que se veía amenazado por nuevas corrientes ideológicas.

En España, y menos en Europa, no existió una sociedad americanizada. Las Indias sólo eran consideradas un trampolín para ascender en una carrera administrativa rentable o acumular riquezas. Salvo el importante consumo de algunos productos alimenticios, estimulantes o medicinales, los europeos vivieron al margen del mundo americano.

Uno de los elementos que mejor refleja el peso del Viejo Mundo en América es la estructura urbana y el trasplante de costumbres y modas europeas. La mayoría de las ciudades fundadas por los conquistadores continúan siendo en la actualidad las más importantes y grandes urbes de América Latina. Muchos edificios públicos coloniales se mantienen como sedes de gobierno o ayuntamiento y las viejas calzadas españolas han subsistido como principales vías de tránsito.

La interdependencia es especialmente notoria en la unidad lingüística que otorgó la lengua castellana a todas sus colonias. El idioma español alcanzó un gran desarrollo y se enriqueció con el aporte de infinidad de palabras de las numerosas lenguas indígenas.

La cultura hispanoamericana, unificada por medio del idioma y la religión cristiana, fue muy heterogénea. Ello se debió, por una parte, a la mantención de diversas culturas indígenas en el ámbito rural, y por otra, a la peculiaridad cultural de cada una de las regiones de donde provenían los españoles. Asimismo, la combinación de rasgos europeos, nativos y africanos desembocó en un sincretismo religioso y cultural que está en las raíces de la cultura popular de la moderna América Latina.

Si bien en las ciudades encontramos una cultura de la minoría colonial de notoria raigambre europea, en la esfera local la cultura se desarrolló bajo cánones mestizos, indígenas y negros.

Debemos destacar especialmente el papel que jugó la Iglesia en la conformación de una identidad cultural americana. El misionero acompañó al conquistador en todas sus aventuras, extirpando idolatrías y difundiendo la doctrina católica.

El mundo indígena, a pesar de resistirse durante muchas décadas a la religión impuesta por los españoles, poco a poco incorporó elementos cristianos a sus creencias. Ello ocurrió especialmente en el área mesoamericana, donde los aztecas, tras la derrota militar, se consideraron abandonados por sus dioses. Así se explican no sólo la profunda religiosidad del pueblo mexicano en la actualidad, sino también el sincretismo expresado en el culto a la Virgen de Guadalupe.

Aunque la acción de la Iglesia católica en América liquidó gran parte del universo religioso indígena, debemos a ella la conservación de importantes tradiciones y cultos que se practican hasta el día de hoy. Gracias a la vida y obra de innumerables clérigos, como el padre Bartolomé de las Casas o Bernardino de Sahagún, y al establecimiento de grandes misiones, dirigidas por diversas órdenes religiosas, podemos comprender la vigencia de muchas culturas nativas.

Podemos concluir, entonces, que la interdependencia entre Europa y América abarcó todos los ámbitos del quehacer humano. En tanto Europa consolidaba una prolongada hegemonía a nivel mundial, América, marcada por la violenta interrupción de su propia historia, pasó a formar parte de una humanidad cada vez más integrada. La herencia colonial, con sus efectos negativos y positivos, se haya inmersa en este fenómeno.



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