Las ventajas de la situación geográfica
La Península ibérica estaba estratégicamente ubicada, pues era el punto de unión entre el mar Mediterráneo, el todavía poco explorado Océano Atlántico y el Mar del Norte. Sin embargo, hasta el siglo XIV, las columnas de Hércules (hoy Gibraltar) constituían una verdadera barrera para los navegantes del Mediterráneo, quienes no se aventuraban tan fácilmente hacia el Mar del Norte. Del mismo modo, los hábiles marinos de la Europa septentrional, tampoco solían frecuentar los puertos del Mediterráneo, debido a la precariedad de las embarcaciones y la ausencia de un comercio marítimo a gran escala.
Puerto de la ciudad de Génova, que mantenía un intenso tráfico marítimo con el resto del mundo.
En el transcurso del siglo XIV, las comunicaciones náuticas mejoraron a raíz de la necesidad de mayores flujos de alimentos y mercancías provenientes del Mediterráneo oriental, vitales para una Europa en plena contracción. El tráfico y los intercambios comerciales entre la Europa cara y la Europa media se incrementaron, especialmente por vía marítima, por ser ésta más expedita y segura. Ello estuvo acompañado de notables mejoras en los barcos de la época.
Lisboa, puerto que tuvo un gran crecimiento comercial durante el siglo XVI.
En este marco, el pequeño Estado de Portugal, sustentado económicamente en la pesca del bacalao y del arenque, veía pasar por sus costas y fondear en sus puertos un cada vez mayor número de galeras italianas y de cocas hanseáticas. Una población mayoritariamente costera y vinculada a las actividades pesqueras fue adquiriendo así los conocimientos de las antiguas escuelas náuticas del Mediterráneo y del Norte. Ciudades como Oporto y Lisboa se beneficiaron de este tráfico y quedarían en óptimas condiciones para desarrollar sus propias empresas comerciales.
En el siglo XVI Sevilla fue el puerto más activo de Europa.
Por otra parte, también los puertos españoles resultaron favorecidos con esta situación. Sevilla y Cádiz en el sur y La Coruña, Santander y Bilbao a orillas del mar Cantábrico se transformaron en importantes intermediarios del comercio entre el Mediterráneo y las ciudades hanseáticas.

En definitiva, las ventajas geográficas permitieron a las emergentes ciudades portuarias de Portugal y España acumular conocimientos, riquezas y motivaciones para aventurarse más allá de los límites conocidos por la Cristiandad del siglo XIV.