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Trabajo en las minas de Potosí "[Luis] Capoche es un testigo imparcial, con notoria simpatía hacia los trabajadores nativos en Potosí, pero también orgulloso de la gran empresa que había sido construida con tanta rapidez allí por el ingenio y esfuerzo de los españoles. El incidente que describe debió ocurrir indudablemente, y los golpes y látigos contra los trabajadores nativos de las minas, en especial los mitayos, eran probablemente una práctica bastante común. El mismo nos ofrece la mejor y única explicación de las condiciones bajo tierra. Los apires ascendían con sus cargas, desde la boca del túnel, en largas escaleras. Usualmente, éstas consistían en tres sogas gruesas de cuero trenzado como guías verticales entre los que se colocaban travesaños, por lo común de madera en tiempos de Capoche. En efecto, cada escalera era el doble, con la guía vertical del centro compartida. La longitud podría ser de unos quince metros (10 estados), y se disponían generalmente en series, con una plataforma de madera (barbacoa) por rellano entre una y otra. Dado que en la época de Capoche algunas minas llegaban a medir verticalmente unos 300 metros desde su entrada a las obras más bajas, sería necesaria una larga serie de este tipo de escaleras. Los sacos para el mineral, utilizados en la década de 1580, eran simples mantas de lana, anudadas al pecho de tal modo que la carga, como lo permitía su volumen, se llevaba a la espalda. Los apires, según Capoche, trepaban las escaleras en grupos de tres, con una vela en la mano el que iba delante (Narraciones posteriores indican que la vela podía estar sujeta al dedo meñique o a la frente para dejar las manos libres al trepar). Los cargadores llegaban naturalmente sin aliento y sudando a la salida de la mina, y el refrigerio que suelen hallar para consuelo de su fatiga es decirle que es un perro y darle una vuelta sobre que trae poco metal o que se tarda mucho o que es tierra lo que saca, o sido muy lentos, o que han subido tierra, o que lo ha hurtado." Bakewell, Peter, Mineros de la montaña roja, Ed. Alianza, Madrid, 1989. P. 149 |
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