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La plaza de armas en la América española "La plaza fue el espacio polvoriento y despejado donde convergía la vida urbana y la principales manifestaciones de la actividad oficial, religiosa y social. En sus costados, se alzaban la casa del cabildo y de la autoridad local y también el edificio modesto de la iglesia. Cada cierto tiempo desaparecía la rutina y la plaza se transformaba a causa de algún acontecimiento especial. Se animaba con curiosos cuando en sus cuatro esquinas se pregonaban los bandos del gobernador o las disposiciones del cabildo; se adornaba y aparecían en ella los vecinos con sus mejores ropas cuando se recibía a un gobernador o se efectuaba el paseo del estandarte real. La fe y la unción dominaban su espacio con motivo de una procesión; el bullicio de la gente repercutía en sus costados mientras se realizaban torneos caballerescos o corridas de toro, y la morbosidad más chocante atraía a los hombres para presenciar los azotes dados a algún delincuente o contemplar el cadáver de un ajusticiado. Porque el rollo o picota, enhiesto en medio de la plaza, era el lugar donde se aplicaban las penas ordenadas por la justicia para proclamar a todos los vientos el rigor de la ley. En ciertas ocasiones, en que la inquietud dominaba al vecindario a causa de algún rumor o noticia, la gente concurría a la plaza para buscar el contacto con los demás y estar atentos a las medidas de las autoridades. Inquietudes y alegrías hermanaban a los hombres en los miserables poblados de la conquista. En suma, la plaza era una rica síntesis de la conciencia de vida en común. " Villalobos, Sergio, Para una meditación de la conquista, Ed. Universirtaria, Santaigo, 1977. P. 55, 56 |
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