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Las ciudades coloniales

"A nivel general, resulta evidente que las principales ciudades fueron, en la época de la conquista, amplios ámbitos de mestizaje entre europeos, africanos e indios, potenciado especialmente por la escasez de mujeres españolas y africanas. C. Esteva Fabregat ha sugerido que la posterior convergencia y estratificación de diversos grupos raciales en castas favoreció tanto la separación como la autosuficiencia sexual relativa de cada grupo étnico o casta". En una tercera etapa, se erosionó el sistema de castas, en el preciso momento en que la nomenclatura popular para designar la creciente variedad de combinaciones raciales se estaba multiplicando de forma compleja. En las grandes ciudades, dicho proceso se precipitó particularmente debido a las migraciones, a la agitación política y a los cambios económicos que socavaron las estructuras de la sociedad y nutrieron un nuevo estado sicológico de malestar y agresividad. La inoperancia de las categorías étnicas frente a una distinción más amplia entre gente decente y plebe era un fenómeno urbano que reflejaba una crisis de autoridad, un debilitamiento del control social, y una pujanza de los ánimos reivindicativos entre los sectores populares. En su estudio sobre las multitudes en la historia peruana escrito en 1929, Jorge Basadre, propone el siglo XVIII como el momento en que se produjo la transición entre una multitud religiosa y "áulica", que pululaba por las calles de Lima como espectadores y celebrantes, y una multitud que, aunque todavía "prepolitizada", albergaba ánimos más amenazadores, fruto de una mayor frustración. El elemento análogo de Ciudad de México lo constituye la cultura urbana del "leperismo", divulgada a través de los relatos de viajes escritos por extranjeros, y que tomaba su nombre del "Lépero", individuo de raza indistinta descrito como insolente, vagabundo, agresivo con las mujeres y entregado al vicio y a los atentados contra la propiedad.
Se ha intentado detallar la composición racial de las ciudades hispanoamericanas, utilizando como base las estadísticas elaboradas por Alcedo en el Diccionario de América de 1789. De las 8.478 poblaciones registradas, 7.884 se consideran como pueblos agrícolas, y 594 como ciudades, villas, o centros mineros. Se considera que éstos últimos que representan el 7% del total, reúnen funciones urbanas significativas basadas en el comercio, los servicios y la industria. Esta división no corresponde a la distinción campo ciudad en el sentido moderno, puesto que muchos de los llamados centros eran de pequeño tamaño, y todos ellos incluían residentes rurales. Este criterio arbitrario de distribución de la población respalda la suposición de que el medio urbano era principalmente el hábitat de los blancos y de los grupos mestizos". "

Bethell, Leslie (editor), Historia de América Latina, Vol. 3 América Latina colonial: economía, Ed. Crítica, Barcelona, 1990. P. 34


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