"Piratas"

Isla Tortuga, 1666: Retablo de los piratas

Jean David Nau, llamado el Olonés, viene de saquear Remedios y Maracaibo. Su alfanje ha hecho tajadas a muchos españoles. Las fragatas regresan a media marcha por el peso de la riqueza robada.

Desembarca el Olonés. Entre sus botas, agita el rabo y ladra su único amigo y confidente, compañero de aventuras y desventuras; y detrás asoma una jauría de hombres recién desprendidos de los hilos de araña de los velámenes, ávidos de tabernas y mujeres y tierra firme bajo los pies.

En estas arenas ardientes, donde los huevos de tortuga se cocinan solos, los piratas soportan una larga misa parados y en silencio. Cuerpos zurcidos, casacas duras de mugre, grasientas barbas de profeta, caras de cuchillos mellados por los años: si durante la misa alguien osa toser o reír, lo bajan de un tiro y se persignan. Cada pirata es un arsenal. En vainas de piel de caimán lleva a la cintura cuatro cuchillos y una bayoneta, dos pistolas desnudas, el sable de abordaje golpeando la rodilla y el mosquete terciado al pecho.

Después de la misa, se reparte el botín. Los mutilados, primero. Quien ha perdido el brazo derecho recibe seiscientos pesos o seis esclavos negros. El brazo izquierdo vale quinientos pesos o cinco esclavos, que es también el precio de cualquiera de las piernas. El que ha dejado un ojo o un dedo en las costas de Cuba o Venezuela, tiene derecho a cobrar cien pesos o un esclavo.

La jornada se estira en largos tragos de ron con pimienta y culmina en la apoteosis del bucán de tortuga. Bajo la arena, cubierto de brasas, se ha ido asando lentamente, en el carapacho, el picadillo de carne de tortuga, yemas de huevo y especias, que es la fiesta suprema de estas islas. Los piratas fuman en pipa, echados en la arena, y se dejan ir en humos y melancolías.

Cuando cae la noche, cubren de perlas el cuerpo de una mulata y le susurran horrores y maravillas, historias de ahorcados y abordajes y tesoros, y le juran al oído que no habrá próximos viajes. Beben y aman sin sacarse las botas: las botas que mañana pulirán las piedras del puerto buscando nave para otro zarpazo.


Fuente: EDUARDO GALEANO, Memoria del Fuego, tomo 1, p.278.

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