Mundo religioso

cemies taínos

La gran particularidad del universo cosmológico taíno era el culto a los denominados cemíes, ídolos que personificaban divinidades abstractas, naturalistas, locales, espíritus familiares y fenómenos de la naturaleza. Esta religión animista implicaba el culto mágico hacia todas las cosas, a tal punto que cada individuo profesaba el culto hacia algún cemí. La comunicación con los espíritus se practicaba mediante ritos y sacrificios incipientes, destacando el rito de la cohoba, que consistía en la inhalación de un polvo alucinógeno extraído de la yuca, precedido de un vómito ritual a fin de establecer contacto con los cemíes.

La ceremonia de la Cohoba

Dentro de la riqueza que presentaba la mitología taína, sobresalía su máxima divinidad Yocahú Bagua Maorocoti, el Señor de los Cielos y creador de todo lo existente. También se lo llamaba el Señor Yucador, aludiendo a su cualidad de posibilitar el crecimiento de la vital yuca. Las prácticas mágico-religiosas eran dirigidas por los behiques, quienes también oficiaban de médicos. A través de ellos se transmitían las tradiciones tribales, se educaban los hijos de los caciques y se mantenía un permanente vínculo con las divinidades.

Idolo Taíno sedente de Piedra Arenisca

Finalmente, existía la creencia en la inmortalidad del alma y la continuación de la vida en otro mundo. Señala al respecto José Juan Arrom: "Para el taíno..., la muerte no era extinción, castigo o recompensa. Era un episodio en el tránsito de una existencia a la otra, un suceso esperado y previsto en el natural orden cósmico. Por eso sus "ausentes" no estaban bajo tierra, haciéndose tierra. Ni sufriendo tormentos eternos en un infierno de llamas. Ni más allá de las siderales esferas, gozando la inefable presencia del Creador al son de arpas tañidas por manos de ángeles. Estaban "a un lado de la isla", en un fresco y umbroso valle, descansando de día en espera de la puesta del sol. Y al caer de la tarde, aprovechando las protectoras sombras de la noche, salían "a pasearse y hacer fiesta", bailando sus areítos a la luz de la luna, saboreando la dulce pulpa de la guayaba y visitando a sus prójimos en las hamacas para gozar del no menso dulce deleite del amor sensual".