Las distintas formas de la piratería americana son propias del período comprendido entre la primera mitad del siglo XVI y la primera mitad del siglo XVIII. En estos doscientos años la mítica figura del pirata se constituyó en un símbolo de la época, exaltado por novelas y leyendas que hasta el día de hoy dan rienda suelta a la imaginación.

Antes de describir la piratería americana es conveniente explicar las diferencias entre piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros, los protagonistas de esta historia. Se suele utilizar estas denominaciones como sinónimos, sin tomar en cuenta que se refieren a personajes diferentes y con diversas motivaciones.

De acuerdo con Manuel Lucena, el pirata "era el que robaba por cuenta propia en el mar o en sus zonas ribereñas ... es un enemigo del comercio marítimo en general porque se mueve exclusivamente por su afán de lucro, sin discriminar ningún pabellón nacional". Era, por tanto, un hombre que se situaba al margen del sistema imperante en aquella época. En su mayoría los piratas eran gentes pobres, miserables, delincuentes, vagabundos, desertores o perseguidos por sus ideas. De hecho, "a la piratería se llegaba por necesidad, difícilmente por vocación".

El corsario, en cambio, era un marino particular contratado y financiado por un Estado en guerra para causar pérdidas al comercio del enemigo y provocar el mayor daño posible en sus posesiones. Aceptaba las leyes y usos de la guerra y ofrecía una fianza en señal de que respetaría las ordenanzas de su monarca. La actividad corsaria finalizaba al momento de firmarse las paces entre las potencias beligerantes, aunque muchos corsarios continuaron hostilizando al enemigo en tiempos de supuesta paz.

Los ingleses John Hawkins y Francis Drake fueron los grandes personajes que señalaron la aparición del corsarismo en la América del siglo XVI. Glorificados por la literatura se constituyeron en símbolos de esta actividad.

En síntesis: "Si el pirata era romántico, porque luchaba contra el sistema, el corsario era, en cambio, clásico, porque estaba integrado en el mismo e incluso lo sostenía".

Propiamente americanos fueron los bucaneros y los filibusteros. Los primeros aparecieron desde 1623 en partes deshabitadas de La Española, que poseía gran cantidad de ganado cimarrón. Estos personajes cazaban el ganado, que luego era asado y ahumado (bucan), labor que les valió el epíteto de bucaneros. Más tarde, muchos de ellos se hicieron piratas, aunque continuaron autodesignándose bucaneros, mientras otros siguieron dedicados a la caza y venta de productos ganaderos.

"Eran gentes sin rey procedentes de cualquier nación, -señala Lucena- no les amparaba ningún pabellón, ningún gobierno. No eran hugonotes, ni anglicanos, ni calvinistas, ni católicos, y podían serlo todo sin que nadie les dijera nada por ello. Eran malditos rebeldes que vivían en un mundo bárbaro al margen de la civilización...". Fueron propios del Caribe y del segundo cuarto del siglo XVII, período que coincide con el declinar del Imperio español, el cual difícilmente pudo controlar las depredaciones que realizaban en el vasto mundo isleño.

Cuando los bucaneros abrazaron abiertamente la piratería se transformaron en filibusteros, fenómeno exclusivo del Caribe que tuvo su momento más importante en la segunda mitad del siglo XVII. La principal guarida de los filibusteros fue la pequeña isla Tortuga, ubicada al noreste de La Española.

Merece destacarse la conformación de la Cofradía de los Hermanos de la Costa, agrupación gremial masculina que asoció a los filibusteros con la finalidad de garantizar a sus miembros el libre ejercicio independiente de tal profesión. No existía la propiedad individual sobre tierras y barcos, considerados bienes comunales. Los miembros de la cofradía sólo eran propietarios de sus pertenencias y de una parte del botín. Cuando alrededor de la última década del siglo XVII se empezaron a perder estas costumbres comunitarias esta asociación desapareció.

"El filibusterismo fue sagazmente aprovechado por los países de Europa occidental en su pretensión colonialista. Les brindaron refugio y ayuda a cambio de la cual se convirtieron en serviles a sus propósitos. Por esto, para Deschamps, el filibustero es un pirata semidomesticado e igualmente de un tiempo muy concreto...".

La gran pregunta que conviene hacerse a continuación es: ¿por qué las costas de América se infectaron de esta clase de gente?

Es evidente que la aparición de las grandes riquezas de oro y plata en América despertó la codicia de los enemigos de España. Para participar del botín y romper el monopolio hispánico, distintos gobiernos y compañías comerciales europeas se valieron de los corsarios y piratas.

En segundo lugar, la existencia en Europa de mucha población pauperizada proporcionó los hombres que, atraídos por los metales preciosos, el espíritu de aventura, la defensa de sus principios religiosos o la simple búsqueda de la libertad, conformaron las dotaciones de los "perros del mar".

Asimismo, la debilidad del imperio ultramarino español favoreció el éxito de numerosas incursiones piratas que, a su vez, estimularon a otros a seguir el ejemplo. Las colonias no sólo carecían de un suficiente número de hombres y fortificaciones, sino también constituían un espacio geográfico muy extenso, lleno de refugios e islas difíciles de vigilar.

En los siguientes mapas se aprecian los focos de la piratería americana:

Principales plazas del Caribe asaltadas por piratas

Principales objetivos de la piratería en el litoral pacífico americano

La primera gran acción pirata se registró en 1521, cuando Jean Florín capturó, a la altura de las islas Azores, el tesoro del tlatoani azteca Moctezuma II, enviado por Hernán Cortés desde México. El ciclo de la piratería francesa se había iniciado.

A lo largo del siglo XVI, las guerras de España contra Francia y luego contra Inglaterra también se reflejaron en los mares americanos a través de la presencia de los corsarios. De hecho, la piratería y el corsarismo de esta época fueron para los ingleses y franceses una vía de ennoblecimiento, como la conquista lo había sido para los españoles.

Las principales poblaciones del Caribe, puertos de salida de las flotas de la plata, fueron víctima de reiterados asaltos que forzaron a la corona española a la paulatina fortificación de sus posesiones. Igualmente la obligó a regular el transporte de los metales preciosos por medio de la creación del sistema de galeones y flotas, en 1561. Nombres como François le Clerc (el primer Pata de Palo), Jacques Sore, Martín Cote, John Hawkins, Francis Drake, Thomas Cavendish o el conde de Cumberland aterrorizaron en estos años a los vecinos de las Indias.

Si bien los corsarios holandeses incursionaban en América desde fines del siglo XVI, su época de oro fue entre 1621 (fin de la Tregua de los Doce Años) y 1648 (Paz de Westfalia). Los holandeses desarrollaron sus acciones gracias al apoyo de la casa de Orange, que otorgó patentes de corso y al de la Compañía de las Indias Occidentales, que entregó apoyo económico y logístico.

Entre 1622 y 1636, los holandeses capturaron 547 embarcaciones enemigas. Esta enorme empresa se llevó a cabo con 800 barcos de guerra y 67 mil marinos y soldados. El sueño de todo pirata -capturar la flota de la plata- lo consiguió Piet Heyn en el año 1628. Los beneficios obtenidos de esta proeza sirvieron para organizar la gigantesca armada de 61 buques y 7 mil 300 hombres con la que los holandeses se apoderaron de Pernambuco en 1630, creando la colonia de Nueva Holanda.

Desde la segunda mitad del siglo XVII, corsarios y filibusteros, especialmente ingleses, ocuparon algunas islas del mar Caribe y España tuvo que lamentar las primeras pérdidas territoriales. Quizás la acción de mayor envergadura, por el efecto que provocó, fue la toma y destrucción de Panamá en 1671. Por otra parte, Tortuga, Jamaica, Curaçao o Haití se transformaron en bases de apoyo de futuros ataques y de un floreciente contrabando. Los rivales de España lograron así la anhelada participación de las riquezas americanas.

En esta fase la colaboración de filibusteros como Henry Morgan, Edward Mansvelt, François Granmont o Lorencillo resultó fundamental para los propósitos colonialistas de los principales estados europeos.

El ocaso de la piratería se decidió en Europa. El tratado de Utrecht de 1713 permitió a Inglaterra la participación directa en el comercio con ultramar y sentó las bases de la ulterior hegemonía británica.

"Inglaterra se transformó en enemiga de la piratería, al haber conseguido unas colonias prósperas en América, y lanzó contra ella a su flota, secundada por Francia y España. Los piratas fueron cazados en el mar uno a uno, al no poder contar con bases de aprovisionamiento, y sus banderas negras desaparecieron de los mares americanos durante la segunda década del Siglo de las Luces", concluye acertadamente Manuel Lucena.



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