La vida social indígena transcurrió fundamentalmente en el ámbito rural, aunque especialmente a partir del siglo XVII muchos nativos se acercaron a las ciudades españolas. No obstante, la mayoría pasó a residir en los denominados "pueblos de indios", donde estuvieron sujetos a encomenderos, corregidores y curas doctrineros.

Otros permanecieron alejados del influjo español en regiones más remotas y de difícil acceso, pudiendo conservar su cultura tradicional. Los casos más conocidos fueron los mapuches del sur de Chile y los mayas de Yucatán. Por último, las misiones de diversas órdenes religiosas albergaron a una importante cantidad de aborígenes, como por ejemplo las famosas misiones jesuitas del Paraguay y las de California.

Los centenarios calpullis mexicanos y los ayllus incas -bases de la organización social precolombina- fueron perdiendo su cohesión debido a la imposición de las jerarquías hispanas. Las antiguas estructuras políticas fueron decapitadas. Los aborígenes desarraigados fueron concentrados en los "pueblos de indios", donde los españoles intentaron implantar sus propias categorías socio-políticas. Así, hubo cabildos indígenas integrados por un alcalde y regidores elegidos por la comunidad. Estos funcionarios se transformaron en intermediarios entre el Estado español y la población nativa.

La vida cotidiana del indígena estuvo regida por el trabajo que debía cumplir en beneficio de los peninsulares. Obrajes, haciendas y minas consumieron la mayor parte del esfuerzo laboral de los nativos. También desarrollaron trabajos agrícolas en sus comunidades, manteniendo muchos de sus métodos ancestrales hasta el día de hoy.

De hecho, la sociedad indígena a nivel local continuó funcionando según sus normas, resistiéndose mucho a la hispanización. Las lenguas indígenas siguieron hablándose, incorporando sólo algunos términos del idioma castellano. Las viviendas y los métodos de construcción variaron muy poco a lo largo del período colonial. Asimismo, se conservó en gran parte la vestimenta tradicional, a pesar de que algunos usaban pantalones, camisas, sombreros y tejidos de lana. El descabezamiento de las clases dirigentes originarias generalizó entre el pueblo el consumo de productos limitados a ellas como fueron, por ejemplo, el pulque en México o la coca y la chicha en Perú.

En palabras de Charles Gibson, "lo que sobrevivió de la cultura india en la América española puede identificarse principalmente a nivel individual, familiar y de comunidad. Para las comunidades, la tendencia fue a independizarse una de la otra, resistir las presiones españolas de forma colectiva, y sobrevivir como depositarias de los vestigios del indianismo".

El mundo español, por su parte, estuvo vinculado a las ciudades y villas. La vida de éstas giraba en torno a la plaza mayor, la iglesia y el cabildo y fue un fiel reflejo de la vida urbana europea. Las calles fueron diseñadas de acuerdo al sistema damero, que dividía a la ciudad en manzanas cuadradas imitando un tablero de ajedrez.

El grupo "blanco", conformado por españoles y criollos, habitaba en el centro de la ciudad. Las tierras adyacentes a las localidades españolas fueron paulatinamente ocupadas por los estratos sociales más bajos, dando origen a miserables cinturones de pobreza alrededor de las urbes.

Las marcadas diferencias sociales se expresaban en las ocupaciones de cada grupo. Amparados en la propiedad de la tierra o en altos cargos públicos, el sector privilegiado vivía sin mayores sobresaltos en un ambiente austero. La tendencia era establecer familias extensas y unirlas, a través de matrimonios, con sus iguales. Gracias a ello una minoría controló las esferas provinciales y locales del poder.

La moral pública era celosamente vigilada por la Iglesia, predominando un ambiente conventual en la vida social, aunque abundaban los hombres que mantenían relaciones amorosas con esclavas, indias y mulatas. El cambio de dinastía en España (siglo XVIII) modificó numerosas costumbres. Se generalizaron los bailes de salón, las veladas nocturnas y los teatros, con lo cual la vida urbana cobró más alegría y lujo. La moda se afrancesó con el uso de pelucas, vestidos de encajes, tacones en los hombres y peinados altos y complicados.

El pueblo urbano estaba compuesto por españoles pobres, mestizos, indígenas y castas. Si bien eran considerados hombres libres, no tenían acceso a los cargos públicos ni prestigio social. Los que conseguían enriquecerse, podían incorporarse a alguno de los grupos sociales superiores.

Especial atención merecen los artesanos dedicados a oficios manuales que, al integrarse en gremios profesionales, elevaron su posición social. El gremio más distinguido fue el de los plateros que admitió sólo a españoles. En los demás convivieron indios, castas y aun negros.

La subsistencia de la gran masa urbana se relacionó con una variada gama de actividades comerciales, como fue por ejemplo el caso de tratantes, buhoneros o vendedores ambulantes.

En síntesis, durante la era colonial se registró una dinámica social, donde convivieron múltiples grupos vinculados unos a las ciudades y otros al campo. La mayor interrelación entre ellos se produjo en torno a las instituciones que impuso el mundo español, aunque siempre coexistieron con otras sociedades que se resistían a la hispanización.



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